Una Estampa Valiosa… ¿la obra maestra?

por Mar 14, 2009Universidad de Chile

Ahora me voy a tomar unos minutos para contar una historia de traición, mentiras, romance y dulce venganza relacionada con esta imagen y explicar porqué es una de las más importantes que he hecho. Esto se enlaza casi directamente con la entrada anterior y ocurre en 1998, entre mediados de junio y mediados de julio en el clásico Taller de Grabado de la Universidad de Chile.

Eran días agitados, ya estaba casi a punto de tomar el avión para dirigirme a Albuquerque para comenzar a estudiar en Tamarind Institute cuando mi novia de entonces, Verónica Tapia, me cuenta agitada que había visto algo extraño en el Taller y pensaba que yo debía saberlo.  El tema era simple, habían llegado dos invitaciones para un Concurso Internacional de Litografía  (mi especialidad y lo que iba a  perfeccionar a EE.UU.) y se distribuyeron de manera oculta entre uno de los profesores y un alumno.  Dichas invitaciones venían desde México, habían sido enviadas al Museo de Arte Contemporáneo y desde ahí enviadas al Taller de Grabado de la U.  Este certamen, llamado «Litografía de Fin de Siglo» era organizado por el Centro Cultural Domecq y su relevancia a nivel internacional fue bastante notable.

Lo peculiar era que este alumno le comentó a alguien que la invitación era para mi pero prefirió no contarme.  No sé si lo hizo coludido con el profesor o simplemente de mala leche. El tema es que mi ex novia, indignada, me lo cuenta y me pide que haga algo, que vaya y encare a este alumno o que por lo menos le diga que era un traidor.  Yo, pacífico, no hice nada, optando mejor por ir directo a la fuente para evitar confrontaciones (porque yo era el Ayudante y había que portarse bien y dar el ejemplo y no sacarle la cresta) y por eso llamé a Ernesto Muñoz, entonces director del MAC quien me confirmó que la invitación era para mí porque él debía seleccionar el envío chileno y pensaba que mi trabajo era bueno.  Indignado Ernesto me dice que lleve una litografía para concursar, y que él la iba a incluir en el envío de todas maneras usando una fotocopia de la convocatoria.

Dicho y hecho: dibujé la piedra (que en realidad estaba más o menos avanzada), la procesé, tomé un par de pruebas y mandé un BAT al Museo, la estampa fue enviada a México y a fines de 1998, estando ya en Albuquerque, recibo una carta desde mi casa en donde  los mexicanos me indican que había resultado ganador de una Medalla Goya de Plata por mi trabajo y que tenía que ir al Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México a recibirla en una ceremonia; Obviamente no fui a México, pero cuando regresé a Chile fui al Ministerio del Interior donde en una microceremonia una señora llamada Pachi Torreblanca me la entregó junto con muchas felicitaciones y cosas por el estilo.

Para la historia: fui el más joven de los concursantes (25 años contra un promedio de 54) y uno de los dos chilenos que fueron premiados, el otro fue el sr. Eduardo Garreaud, que fue mi profesor en la U y que había sido el destinatario de la otra invitación.  Del alumno traidor no se supo nada y pasó sin pena ni gloria (el que es penca es penca siempre) y aunque después me dio otras demostraciones de su «lealtad» nunca le dije nada ni me preocupé.

Esta historia va dedicada a la Vero, que me ayudó en esa oportunidad imprimiendo mi piedra y entregando la estampa en el MAC (porque yo me iba a EE.UU. en esos mismos días) y también al alumno mediocre para que recuerde que el síndrome de Salieri es autodestructivo y que siempre va a estar a mi sombra.  Sonó duro eso, pero la verdad a veces duele.

También se la dedico a mi ex compañero de la básica en el Oratorio Don Bosco don Paulo Villanueva Reyes que me inspiró con su comentario en Facebook para ponerme autobiográfico y autorreferente, síntomas ambos de que uno ha comenzado a envejecer.

Saludos

ILC

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